"COMO LOS CARROS VIEJOS"

Ya es común esta comparación entre los indígenas colombianos que, como los carros viejos, se la pasan de taller en taller. Decenas de talleres son organizados cada año por el estado con el objeto de escuchar a líderes y comunidad; de concertar con “todos” las medidas más adecuadas para resolver los problemas de sus comunidades.
Pero todo parece más bien un juego de enredo y confusión. Lo mediático muchas veces desfigura situaciones y opaca otras; visibiliza la mirada hegemónica. Porque son tantos los diagnósticos y problemáticas identificados desde hace tanto tiempo, que un sordo parece ser el que los hubiera escuchado; o que un ciego los hubiera leído.

Reposan en los anaqueles la Constitución Política, la legislación y la jurisprudencia en gran parte como letra muerta. Las discusiones dejan extenuados a los líderes indígenas. Las comunidades viven alejadas del aparato estatal.

La exclusión y la pobreza estructural son el pan de cada día.

El supuesto gobierno propio y la autodeterminación son desconocidos campantemente y el legislador no articula aún la ley fundamental del ordenamiento territorial, que les brindaría al menos una igualdad administrativa capitalista occidental, o alguna otra cosa así, que les brinde competitividad frente a los recursos que hoy derrochan departamentos y municipios, debido a la captación y asignación de recursos de regalías que hoy les compete, según el ordenamiento territorial del año 1990, que no el vacío más grande en cuanto a legislación territorial, y dispuestos a su antojo por las administraciones de turno, en detrimento de la autonomía y la autoridad étnicas.

Los supuestos principios referentes al multi linguismo y culturalismo son mancillados y se quedan rampantes en la teoría, pues la práctica es circunscribir la cultura indígena dentro de sus límites geográficos, imponiendo un control infame sobre sus productos, sus lenguas y más profundamente sobre sus culturas. Vale más en Colombia hoy aprender inglés que hablar uitoto o wayú.

Muchos indígenas hoy se ven en la práctica excluidos. O viviendo una pobreza estructural a costa de la ganancia de otros que ven crecer sus industrias y sus corporaciones, sin conocer la bancarrota o el efecto ambiental. El esquema colonialista ha devenido hoy multinacional. Y lo peor ¡de la mano del capital privado! A estas alturas Keynes debería estar revolcándose en su tumba.

Frente a estas negras perspectivas los indígenas parecen meras fichas de ajedrez en un juego que no pueden controlar y no ciudadanos de un estado social derecho. Se vuelve así también la palabra en expresión muerta y tanta discusión termina por crear consensos desde el papel, y desde la capital, mas no desde las divergentes prácticas regionales y locales que mantienen alienados a los nativos, con un sutil control verborreico, típico de cada uno de estos encuentros.

La participación entonces se reduce así a libre expresión, en el más burdo sentido de esta ingrata manipulación. Esta libre expresión se la lleva el viento o queda guardada entre los arrumes de papel de las oficinas estatales. Las decisiones son tomadas entonces desde una práctica excluyente que aplica la racionalidad calculista y tecnocrática, sin considerar vinculantes las expresiones de sus propios ciudadanos.

El único consenso ahora es el del monetarismo y el olvido de las externalidades. No importa a quien se le esté quitando el agua, la tierra, los animales, las plantas, la vida misma; importa sí el desenfreno por capturar cualquier bicoca de inversión, al más alto costo para el bienestar general, regional y local.

Las soluciones creen encontrarlas con dos o tres días de reunión. El mandato constitucional queda así cumplido y en la realidad la pobreza asola los campos. Nuestro agro es inseguro ingreso. No hay incentivos para su reactivación y en las ciudades siguen aumentando los cinturones de miseria.

Más de la mitad de la población colombiana está hoy en la pobreza. Dentro de esta mitad pueden clasificar muy bien la gran cantidad de indígenas que viven en las regiones. Nuevos proyectos petroleros, agroindustriales, pecuarios y de infraestructura siguen destruyendo sus recursos naturales a costa de basuras y desechos. Y son vistos más bien como potenciales clientes de agua, alcantarillado, energía eléctrica y telefonía, que como seres humanos que pueden desarrollar un pensamiento y una identidad propias, en últimas unas metas y unos objetivos propios. En el fondo la misión burocrática sigue perpetuando la visión del “otro”; menor de edad que hay que educar e ilustrar pues no sabe todavía hacer bien sus propias cosas. La historia se transforma así sutilmente.

El desorden entonces es regla y no hay unidad. Pensando en el pan diario, o más bien en el peso diario para conseguir ese pan, son olvidadas las expectativas de cientos de miles que esperan allá en los campos una respuesta de dignidad y justicia para su condición ciudadana, que en ningún caso es de minoría de edad –así la práctica aún lo consagre.

Ese es el en fondo un sentido para esa expresión que ya se vuelto común en el taller amazonas.