De otra parte, la predicación de religiones pertenecientes a otra constelación mítica, se está llevando cabo en la propia lengua de los adoctrinados.
Fernando Urbina Rangel
Fernando Urbina Rangel
Algunos medios se han dado a la tarea últimamente de difundir información de corte sensacionalista y parcial en relación con el caso de la muerte de una mujer en el barrio Normandía, después de un ritual de yagé realizado por el Taita Rúber Garreta Chindoy en su centro ceremonial.
Da pena que City TV y Darío Arizmendi ni siquieran tuvieran a la mano el nombre correcto de este médico tradicional inga. Y por ahí comienza la desinformación y el ataque desafortunado de periodistas que se creen jueces de la República, en medio de un tema que a leguas muestran no saber manejar oportunamente.
Por lo demás basta revisar el ordenamiento político colombiano que establece taxativamente la libertad de cultos y de religión en todo el territorio colombiano (Art. 19 Se garantiza la libertad de cultos. Toda persona tiene derecho a profesar libremente su religión y a difundirla en forma individual o colectiva. Todas las confesiones religiosas e iglesias son igualmente libres ante la ley), de manera que medios como City TV, Caracol, RCN, El Tiempo, la W y otros más, desconocen tales derechos y siguen desprestigiando este tipo de rituales, mostrando a sus practicantes como agentes de la clandestinidad.
Se habla entonces en una confusión, donde las lenguas ni siquiera encuentran un punto de encuentro, debido a sus inmensas contradicciones idiomáticas y de narración. Hasta la comunicación reputada más transparente se hace así turbia para mantener un triste estado de cosas.
El yagé es caracterizado entonces como un planta sagrada para muchas culturas colombianas, aunque vilmente los mensajes mediáticos sean manipulados por estos días para enredar esta cuestión. Sí, según el Instituto Nacional de Vigilancia de Medicamentos y Alimentos “el yagé es una sustancia indígena de libre comercialización en Colombia”, y existe también un marco legal para el ejercicio de la medicina tradicional indígena, no se entiende cómo un Taita termina siendo tan cuestionado por los medios masivos de comunicación cuando ejerce sus derechos en una porción del territorio (Bogotá) que es también nacional.
De tal manera el tema no termina aquí sino que requiere una detallada discusión sobre este tipo de plantas tan importantes para nuestra nación y nuestra cultura colombianas.
Por lo demás se evidencia un atraso en materia de concertación y uso de este tipo de conocimiento indígena en el país como bien lo ordena el ordenamiento jurídico andino-amazónico; se están perdiendo los usos tradicionales de las plantas como la coca, el tabaco o el yagé, merced a una economía volcada solamente en los vaivenes de las relaciones internacionales ultramarinas. Sin embargo, la cosa va tan atrasada que ni siquiera la oficina gubernamental de asuntos indígenas tiene un censo de quienes se dedican a la medicina tradicional indígena y en muchas regiones aún subsiste la exclusión hacia la población nativa y sus propios conocimientos. Como dice el Taita Rúber "Nos quitaron la coca y ahora quieren quitarnos el yagé".
Inclusive la misma Organización Nacional Indígena de Colombia parece desconocer esta verdad de a puño, pues a través del señor Juan Jamioi se ha encargado de calumniar la utilización ancestral (entendida aquí como una costumbre que viene desde muchas generaciones atrás, que en esencia es histórico entonces) del ayahuasca y chagropanga por parte de la familia Garreta Chindoy. De la misma forma Jamioi piensa que la preparación del ayahuasca puede hacerse en Bogotá como por arte de magia y sin necesidad de recolectar cada uno de los ingredientes esenciales del brebaje y sin considerar ni el proceso, ni la mano de obra, ni el transporte necesarios para que desde las selvas amazónicas colombianas pueda llegar el remedio hasta las ciudades. Parece desconocer también que en un mundo capitalista las lógicas tradicionales también se ven inmersas en los intercambios monetarios. El asunto aquí es que no estamos ya en tiempos de la colonia y el multiculturalismo es una condición esencial del pueblo y el ser colombianos.
En últimas este caso evidencia también la desprotección y el nulo compromiso que tiene el Estado colombiano por el fomento de la diversidad étnica y cultural con la dignidad que este tema amerita y a pesar de que la constitución de los noventa así lo hubiera consagrado.
Por otro lado, algunas de las personas que acuden a estos rituales son personas desahuciadas por el sistema de salud, que hoy día sí que es un negocio jugoso que deja a muchos en una situación de desprotección social. Y esta afirmación puede ser corroborada por las muertes de personas que no han conseguido ser atendidas por los servicios estatales y empresariales de la salud en los últimos años.
De otra parte es una vergüenza que ningún representante indígena haya logrado sacar adelante una legislación seria respecto de la utilización de estas plantas y de la medicina tradicional en general en el país. Aunque esto pueda ser toda una odisea como lo ha sido el trámite de una ley orgánica de ordenamiento territorial. No obstante existen intereses internacionales sobre los recursos naturales amazónicos como lo ha sido el proceso de patentar el yagé mismo.
De manera entonces que el ritual en cuestión, por ser precisamente un rito, está circunscrito a un culto que por milenios los indígenas amazónicos hacen a la naturaleza, de igual forma que cualquier cristiano lo ha hecho para invocar a Dios en sus iglesias. Esta calidad ceremonial también debe brindarle el reconocimiento estatal que merece esta planta de poder y no de oprobio, como se la quiere hacer ver en algunos círculos mediáticos, gubernamentales y de salud. Si se hiciera una estadística respecto a las muertes asociadas al consumo de alcohol y a la desintegración social que éste produce, por ejemplo, nos daríamos cuenta de que existen sustancias muchísimo más peligrosas para nuestra sociedad y que hoy en día tienen un altísimo consumo.
En fin. Que esta sea la oportunidad para que como colombianos miremos la cuestión de manera analítica (no se olvide que autores como Weiskopf lo han hecho ya de manera extraordinaria), a sabiendas de que es un culto que traspasa fronteras en Sudamérica; Y de que muchas veces frente al sufrimiento, el desespero y el dolor se tengan que buscar otras alternativas que no ofrecen hoy ni el sistema de salud ni las religiones que existen en nuestro país.